Home CelibatoPhoebe Waller-Bridge vuelve con Tomb Raider: por qué “Fleabag” sigue siendo la obra que mejor entiende a la mujer moderna

Phoebe Waller-Bridge vuelve con Tomb Raider: por qué “Fleabag” sigue siendo la obra que mejor entiende a la mujer moderna

by Melani Ruiz

Con la expectación por la nueva serie de Tomb Raider que Phoebe Waller-Bridge está desarrollando para Amazon (la adaptación que promete reinventar a Lara Croft con el sello irreverente, inteligente y emocional de la creadora) su trabajo vuelve a ocupar el centro de la conversación cultural. Mientras el fandom especula sobre cómo Waller-Bridge reescribirá a una heroína tradicionalmente hipersexualizada y visualizada a través de la male gaze, también resurgen los debates sobre la complejidad de sus personajes femeninos.

Porque, aunque Tomb Raider será una superproducción de acción, la pregunta continúa siendo la misma que ya planteaba Fleabag:
¿cómo se construye una protagonista femenina sin reducirla a un arquetipo, sin convertirla en símbolo, sin encerrarla en una expectativa política o estética?

Y es ahí donde Fleabag, seis años después, sigue siendo una obra absolutamente contemporánea.

Fleabag no es una “Manic Pixie Dream Girl”. De hecho, es todo lo contrario.

Durante décadas, la cultura pop nos acostumbró a un tipo de mujer-protagonista: la Manic Pixie Dream Girl : patosa, adorable, “quirky”, creada para aportar magia a la vida de un protagonista masculino. Un ideal estético, un arquetipo.

Fleabag, sin embargo, lo rebate desde su primer plano: no es adorable, ni ligera, ni “alegremente caótica”. Es incómoda, contradictoria, cruda, a veces cruel, a veces frágil. No existe para salvar a otros, sino para sobrevivir, para sentirse, para mostrar dolor, culpa, deseo, caos, humanidad. Esa honestidad la acerca más a nosotros, no a un cliché.

Por eso no basta verla como “mujer fuerte” o “antiheroína”: Fleabag es humana en todas sus fisuras.

Sin embargo, a pesar de lo que algunos críticos han intentado sugerir, Fleabag tampoco es una Femcel.
1. Mantiene relaciones sexuales y afectivas activas, algo que la aleja de la narrativa de frustración romántica típica de las Femcel.
2. Su sexualidad se vive desde su propio deseo, no como compensación por carencias afectivas.
3. Sus relaciones y encuentros no existen para ser admirados; son una extensión de su complejidad como persona.
4. Fleabag utiliza las interacciones románticas y sexuales como herramientas para explorar su identidad, no como validación externa.

En resumen, Fleabag nos recuerda que una mujer moderna puede ser sexual, vulnerable, contradictoria y profundamente humana sin que eso la encaje automáticamente en un arquetipo o la reduzca a un cliché.

Algo muy parecido ocurre en The Worst Person in the World (2021), la película noruega protagonizada por Julie, quien escribe el provocador artículo “Oral Sex in the Age of #MeToo”. Aunque no llegamos a leer el contenido completo, la película nos permite entender el conflicto central: Julie disfruta de una sexualidad que, en su intimidad, a veces puede parecer contradictoria con su compromiso feminista. La pregunta implícita es evidente: ¿cómo reconciliar el deseo de ser sumisa en la cama con un discurso feminista que insiste en autonomía, fuerza e igualdad?

Esta tensión entre feminismo público y sexualidad privada no es solo un recurso narrativo interesante: es una realidad humana más común de lo que la cultura mediática suele admitir. Las mujeres, como los hombres, experimentan deseos que pueden parecer políticamente incómodos si se sacan del contexto íntimo. Y, sin embargo, es precisamente esa complejidad la que hace a personajes como Fleabag y Julie tan identificables y revolucionarios.

El debate se intensifica cuando consideramos la tendencia de ciertos sectores a etiquetar de “malas feministas” a mujeres que no encajan en la versión idealizada del discurso. Reducir a Fleabag o a Julie únicamente a su sexualidad o a decisiones que parecen contradictorias es un gesto de puritanismo disfrazado de crítica progresista. La intimidad no tiene por qué coincidir con la teoría. Las fantasías no son manifiestos políticos; son una expresión legítima de deseo y exploración personal.

Además, estos personajes nos recuerdan que la feminidad y la autonomía no deben definirse exclusivamente en términos de coherencia pública o conformidad ideológica. Fleabag, por ejemplo, navega entre encuentros sexuales, momentos de humor ácido y un análisis constante de sí misma. Julie enfrenta dilemas similares, cuestionando su lugar en el mundo, su sexualidad y cómo equilibrar ambos aspectos sin perder autenticidad. Ambas ficciones muestran que la vida moderna de las mujeres no es lineal ni monocromática: es poliédrica, contradictoria y, sobre todo, profundamente humana.

Esta visión también tiene implicaciones culturales más amplias. En un momento en que los discursos feministas tienden a ser mediatizados y simplificados, la presencia de personajes como Fleabag o Julie recuerda que el feminismo no es un dogma rígido. No existe un modelo único de “buena feminista” que todas deban seguir. La fuerza del feminismo contemporáneo reside en reconocer la multiplicidad de experiencias, deseos y elecciones que las mujeres pueden tener sin renunciar a sus convicciones políticas.

Por último, ambas ficciones nos permiten reflexionar sobre cómo la cultura popular trata la sexualidad femenina. Al presentar mujeres complejas que actúan según su deseo, en ocasiones contradictorio con el discurso público, series y películas como estas muestran que es posible ser feminista y, al mismo tiempo, explorar libremente la intimidad. Fleabag y Julie, entonces, se convierten en modelos de autenticidad: no porque sean perfectas, sino porque se permiten ser humanas, con todas sus tensiones, deseos y contradicciones.

Related Posts

Leave a Comment